En el año que se decide sacar a sangre y fuego a Muammar
Khadafi del liderazgo nacional del estado libio, la ONU estaba preparando un
arduo trabajo para premiar al viejo líder beduino, por su tarea en materia de
Derechos Humanos.
Libia para aquel 2011 no solo se presentaba ante el mundo
como el país con los mejores índices de desarrollo humano del continente, sino
que además su política de DDHH, era infinitamente superior a la de sus vecinos árabes,
africanos, musulmanes y en muchos casos, a las de las naciones occidentales.
Ahora Libia, es el calvario, incluso personajes que han instado
a la caída de Khadafi, reconocen que la situación caótica mas el impulso que
han tomado las organizaciones terroristas, hacen al país magrebí, uno de los
lugares más inseguros del mundo.
Faraj Alajeeli, encargado de velar por los Derechos Humanos
en País norafricano, luego de la “liberación” de la OTAN, ha decidido huir a
Gran Bretaña, porque considera que en la actual Libia, no hay ningún tipo de
seguridad para nada ni nadie.
Luego de ser secuestrado por unas treinta horas y a manos de
los islamistas tripolitanos, aliados de la proscrita Hermandad Musulmana y
cuyos principales mimos vienen de occidente y de la ONU. Faraj decide retirarse
definitivamente del país árabe, y dice que ya no hay lugar alguno en el que se
pueda hablar de Derechos Humanos en Libia.
Mucho del renombre internacional, ganado por la Libia
Socialista, estuvo principalmente a cargo de dos figuras claves de la familia
del viejo líder; Saif al Islam y Aisha Khadafi; el primero como cuadro de mayor
prominencia entre las altas esferas de la dirigencia Khadafista, que tanto como
agente estatal pero también como actor civil a través de su fundación; promovió
procesos de paz que culminaron en éxito y pudieron llevarse a cabo en Libia,
África y otros países de medio Oriente. Gracias a él, muchos conflictos
tribales e interreligiosos, pudieron resolverse sin derramamiento de sangre, también
a él se debe el cumplimiento taxativo de las garantías en juicio que hasta las
peores calañas del terrorismo podían acceder.
Aisha por su parte, siendo la pata más progresista del “régimen”,
envuelta en la defensa de casos judiciales de sujetos acusados legalmente por
las potencias, como su patrocinio a Sadam Husein y a Muntazer Al Zaidi (el hombre
que le arrojó sus zapatos a bush); también dio claros signos de su lucha por
los Derechos Humanos, aunque a ella principalmente se la conoce por su buen
trabajo en la ONU como encargada de paz y por su favorecimiento a la
participación de la mujer en la vida política de las naciones.
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